lunes, 24 de noviembre de 2014

Tierra del Vino bañada por el Duero

Diego Gómez
Si hay un río vinícola por excelencia, ese es, sin lugar a dudas, el Duero. En su cuenca se asientan nada más y nada menos que nueve denominaciones de origen y otras tres DO protegidas, a las que habría que añadir otras tantas portuguesas, adquiriendo fama mundial los viñedos del Alto Douro, elegido Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2001. Son aguas que brotan en el Pico de Urbión (Soria) y que mueren en Oporto, no sin antes bañar los viñedos de estos afamados vinos de idéntico nombre. 900 kilómetros haciendo las delicias de los aficionados al vino, desde la Denominación Ribera del Duero, pasando por Cigales, Rueda, Toro y Los Arribes, y dejando a su paso elaboraciones de un prestigio internacional (Vega Sicilia, Pingus, Termanthia, Picón...).


El Duero, por lo tanto, sabe y huele a vino. A vino tinto, blanco y rosado; a vinos con cuerpo, carnosos, frescos y apetecibles. Y es que el Duero tiene algo especial que convierte a su cuenca en un enorme vaso donde las cepas extraen lo más valioso del terreno, sus sabores y aromas, para acabar finalmente en una botella llena de líquido, sí, pero también de tradición rural y de cultura, como bien escribiría el nobel Pablo Neruda: «El vino mueve la primavera,/ crece como una planta la alegría,/ caen muros, / peñascos, / se cierran los abismos,/ nace el canto».

Y ese canto nerudiano fue el que escucharon los asistentes a la cata de vinos de las Denominaciones de Origen Rueda, Vinos de la Tierra de Zamora y Arlanza, organizada por Caja Rural dentro de su V Otoño Enológico. Cata que se llevó a cabo en el mejor espacio posible para realizar estas prácticas, que como no podía ser de otra forma acogió el hotel Puerta de Segovia, el mayor establecimiento hotelero de la provincia, con 205 habitaciones y 28 salas de reuniones que lo convierten, además, en uno de los más punteros de Castilla y León en el llamado turismo de congresos.

Y fue aquí donde los miembros de la Asociación de Sumilleres, Ángel, Conrado y Paco, eligieron dos vinos de Bodegas Herrero para definir las esencias de la DO Rueda, a la que pertenece esta cava segoviana de Nieva. Atino y Robert Vedel fueron las dos referencias catadas, demostrando ser unos vinos correctos, con aromas a cítricos, flores blancas (jazmín) e hinojos, si bien la segunda marca era un vino más amplio, fresco y redondo que el primero.

Seguidamente saltó al escenario enológico una de las DO más jóvenes y prometedoras de España, la conocida como Vinos de la Tierra de Zamora, una demarcación fronteriza con Toro que cuenta con la misma uva tinta, potente, golosa, con cuerpo y con una carga frutal espectacular. José Manuel Brallas, director técnico de la Denominación de Origen zamorana, fue el encargado de introducir a los asistentes a este mundo de la tinta toro que sobrevivió a la filoxera, de ahí que la mayoría de su viñedo sea pie franco y en vaso, pero que, sin embargo, a punto estuvo de desaparecer por otra plaga aún peor que la del insecto: la despoblación rural y el arranque del viñedo.

Afortunadamente, aún quedan importantes vestigios, cepas centenarias que sirven para elaborar vinos llamados a ocupar un destaco lugar, como Cénit VDC, un vino de Avanteselecta, de 24 meses en barrica de roble francés, con una gran concentración de notas maduras, sabroso, elegante, pero rotundo, que define a la perfección el carácter de la uva de esta denominación.

Se iba a llamar Ribera de Arlanza, pero dos riberas en el mismo río podrían acarrear más problemas que beneficios. Así la más joven, Arlanza, tuvo que doblegarse a su hermana mayor, Ribera del Duero, quien es la que ostenta todos los privilegios de esta conocida tierra, que en 2012 obtuvo el reconocimiento como la mejor denominación de vino del mundo.

Pero bueno, hablemos de Arlanza. Su director técnico, José Ignacio Marqués, dirigió la cata de un roble de 2013 y un crianza de 2011, ambos tintos y ambos claramente diferenciados entre sí. Mientras que el joven, criado durante 5 meses en barrica americana ofrecía rasgos frescos con una tanicidad bien ensamblada y una acidez que mantiene al vino vivo, el segundo, con una crianza de 12 meses en roble francés y americano, tenía un exceso de madera que impedía que los aromas primarios salieran a la superficie, permaneciendo escondidos, detrás de una madera excesivamente agresiva que, lamentablemente, tapaba todos los aromas. En boca algo más expresivo, pero, tal vez, demasiado sobremadurado.

Llama la atención de esta denominación la autorización de la uva petit verdot, una variedad que madura mucho más tarde que la mayor parte de sus hermanas y que principalmente está localizada en Burdeos y en el llamado nuevo mundo (Argentina, EE UU, Australia, Nueva Zelanda...) y, como no, en La Mancha. El caso es que en Arlanza se elabora Buezo Petit Verdot 2005. Y por qué decimos esto, fácil: el principal catador de vinos del mundo, Robert Parker, dio 91 puntos al que califica en su nota de cata como serio y concentrado pero a la vez fresco y maduro sin excesos, aromas de ciruela y corteza de naranja, especias y un roble perfectamente integrado. Pues eso.






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